jueves, 14 de agosto de 2008

Como lágrimas en la lluvia

Esta noche toca cine. Y del bueno. Después de unas cañitas y de una cena ligera, procede un Jack Daniel´s, apagar la luz y un visionado -no se cuantos van ya- de Blade Runner, mi peli favorita. Pero esta noche es especial, puesto que he conseguido la versión "completa" (no me extrañaría que dentro de quince años algún listo editase otra con escenas inéditas para que los locos como yo se gasten las pelas).

¿Por qué a estas horas? Pues porque es la hora ideal para el visionado de una obra como esta. Hay silencio. Y Blade Runner exige un silencio absoluto, puesto que no es la típica película de palomitas, sino un poema que hay que disfrutar íntegro.

Muchos no estarán de acuerdo en esto, pero si un filme como 2001, Una Odisea Espacial, puso fin a una época del cine de ciencia ficción, Blade Runner inauguró otra.

La mayoría de los aficionados a este género se han criado con el mantra de que 2001 constituyó el punto de inflexión, dotando al cine de ciencia-ficción de una respetabilidad de la que carecía. Pues no. Con 2001 se pusieron de relieve nuevas dimensiones dentro de lo que, hasta entonces, solía ser mero entretenimiento. Efectivamente, en este filme aparecían temas muy serios: ¿de dónde venimos? ¿hacia dónde vamos? Claro que constituyó un punto de inflexión, pero para mal, puesto que desde entonces el género decayó. Era tan buena la película que todo lo que hasta entonces se había hecho -salvo contadas excepciones- quedaba por debajo. Y todo lo que se estaba haciendo o se planeaba hacer... sencillamente se apagó. ¿Cómo ponerse a la altura?

La aparición de 2001 en 1968 provocó un desastre en el cine de ciencia ficción, debido precisamente a que puso el listón demasiado alto. A partir de entonces, y hasta diez años después, con el negocio de Star Wars, prácticamente no hubo nada. George Lucas demostró que se podía hacer dinero con la ciencia ficción en el cine, y hubo continuadores. Al poco tiempo se rodó Alien, el Octavo Pasajero, una obra maestra realizada por el mejor creador de atmósferas de los últimos tiempos: Ridley Scott. A su estela llegaron productos de menor enjundia, hasta que, en 1982, el mismo director se dedicó a pergeñar el no va más en esto del cine de "marcianos": Blade Runner.

Esta es una de las poquísimas películas en las que no importa que alguien lea la novela antes de ver el filme. No hay color. Y no porque la novela sea mala, sino porque la película es infinitamente mejor. Y quien no lo crea, que pruebe. El título de la novela es: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? y el autor Philip K. Dick, quien curiosamente murió el mismo año que se estrenó la película.

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